martes, 21 de junio de 2011

Utopía de Moro.



Los Utopianos no pueden entender por qué alguien debería estar tan fascinado por el brillo opaco de un pequeño pedazo de piedra cuando tiene para mirar todas las estrellas del cielo, o cómo alguien puede ser tan tonto de creerse mejor que otros porque sus ropas están hechas con un hilado de lana más fino. Después de todo, esa ropa tan fina fue alguna vez llevada por una oveja, la que nunca dejó por eso de ser algo más que una oveja. Tampoco pueden comprender cómo una substancia tan inútil como el oro puede hoy en día ser considerada en todo el mundo como más valiosa que los seres humanos mismos, los que en definitiva le otorgaron un valor como el que tiene. Tenemos entonces como resultado que un hombre con tanta agilidad mental como un bodoque de plomo o un bloque de madera, un hombre cuya supina estupidez es sólo comparable a su inmoralidad, puede tener a su disposición cantidad de gente buena, y también de gente inteligente, sólo porque ocurre que posee una gran pila de monedas de oro. Y si por algún capricho de la fortuna o trampa hecha a la ley – dos métodos igualmente eficaces de dar vuelta el estado de las cosas – dichas monedas  fueran transferidas súbitamente al miembro más inservible de su séquito de servidores, pronto verían al actual poseedor del oro trotando detrás de su dinero como una moneda más del dinero circulante, convertido en el sirviente de su sirviente.
Pero lo que deja perplejos y, más aún, disgusta a los utopianos, es la manera idiota que tienen algunas personas de rendir pleitesía a un hombre rico, no porque le deban dinero o estén de algún modo bajo su poder, sino simplemente  porque es rico, aunque saben perfectamente que es demasiado mezquino como para permitir que una sola de sus monedas salga de su mano mientras pueda hacer algo para evitarlo.
Los utopianos tienen estas ideas en parte por haber sido criados bajo un sistema social que está francamente opuesto a este tipo de absurdos, y en parte debido a sus lecturas y a su educación. 

Fragmento Libro II Pág. 132/133 de Utopía de Tomas Moro.